Reducida a su más mínima expresión,
la joven ocultaba su dolor.
Entre risas intentaba camuflar
el llanto de su corazón,
que no podía entender
esa trágica historia de amor y dolor,
Cada día que pasaba,
él la trataba peor,
su corazón sangraba
cada vez que él la golpeaba,
pero luego pedía perdón,
y prometía no volverlo a hacer.
Cada vez que ella quiso volarse,
él le decía que sin ella no podría vivir...
y así fue que nació su primer hijo, su sol,
y ella creyó que la paternidad,
lo haría olvidar toda su violencia...
Pero no fue así, el bebé, lloraba en su cuna,
la noche que todo se sucedió,
él vino borracho, y ella planchaba,
él se sacó el cinto, y balbuceó a los gritos:
- ¡mala mujer! ¡si no lo haces callar, te juro que lo haré yo! -
ella vio en sus ojos, un brillo oscuro,
tan conocido, tan aterrador...
y por primera vez, no sintió miedo:
ella se había jurado al ser madre
- ¡a mi hijo no lo va a tocar! -
esperó a que él se acercara,
y mientras él levantaba su puño
ella le plantó con toda su fuerza,
la plancha ardiente en el pecho,
él adolorido, aturdido y tirado en piso,
ella corrió a su mesa de luz,
tomó su arma, cerro los ojos y disparó,
con su bebé en brazos salió corriendo,
no sabía a dónde iba,
solo sabía que salía de un infierno,
nada podía ser peor...
Han pasado los años, el juez, alegó defensa propia,
y ahora que aquel bebé ya es padre,
ella todavía recuerda aquella noche,
y reducida a su más mínima expresión
la abuela oculta su dolor,
entre risas aún intenta camuflar,
el dolor de su corazón
que aún hoy no puedo entender,
esa trágica historia de amor y dolor.
Araceli Posada
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